Miles de manifestantes, cientos de problemas, decenas de paros, un solo país (cero presidente)

Hay algo que dice César Pachón, representante de los papicultores en su intervención ante el senado hace más de dos meses (Interlocución de Cesar Pachón), que me obliga a escribir esta vez: (no son palabras textuales pero la idea está intacta)...nosotros los campesinos no necesitamos que nos regalen una casa, necesitamos que el gobierno nos de garantías por que con nuestro trabajo somos capaces de comprarnos una casa... y un carro. Y sí, yo estoy de acuerdo con esto. No hacen falta en nuestro país más intervenciones politiqueras que solo aspiran a tener un reflejo cuantitativo en las urnas. Pero es que las decisiones políticas que se toman en Bogotá parecen tener como meta erradicar por completo al campesinado nacional. El sector agropecuario está adolorido, tal vez como nunca antes, y nuestra tradicional agricultura se tambalea en la cuerda floja por que desde arriba apuntan con vehemencia hacia una especie en vía de extinción: el pequeño campesino.

¿Cómo pueden competir los productores Colombianos con insumos que superan en precio a todos los países vecinos (gasolina, fertilizantes, fungicidas/insecticidas, semillas)? Como vender alimentos producidos en Colombia si la infraestructura nacional es pésima y sacar las cosechas es para muchos campesinos la parte más complicada? ¿Qué podrá sentir un pequeño productor que llegue a un mercado y encuentre que su mismo producto introducido de manera ilegal tiene un precio que no le llega ni a los talones a su costo de producción? ¿Y por qué el estado no es severo ni tiene mano firme para evitar el contrabando? Estas son muchas preguntas, y hay más, muchas más que me hago sin encontrar respuesta alguna.

Entonces los campesinos tienen que salir a las carreteras por que su voz ha de hacerse oír en la capital. La respuesta del gobierno es pésima ante la protesta: a ratos se ignora (Andrés Bermudez para La Silla Vacía), a ratos se buscan soluciones locales que entreguen beneficios locales estratégicos en términos de movilidad para el país pero el problema fundamental sigue sin ser resuelto: Colombia no está preparada para el TLC con Estados Unidos. El tratado de libre comercio está acabando con nuestro agro; está desangrando a los campesinos centavo a centavo.

Hace algún tiempo compartí un artículo (John Otis para Time) donde se denunciaba la compra irregular de tierras en el Vichada por parte de Cargill, el gigante gringo. Muchas otras noticias relacionadas con este tipo de prácticas se han denunciado en los últimos meses (Daniel Coronell para Semana) . Hay dos tendencias claras: los campesinos colombianos están perdiendo su capital y su tierra mientras grandes corporaciones (norteamericanas en su mayoría pero no exclusivamente) se hacen acreedoras de inmensas porciones de tierra. Esto es triste, tristísimo pero la cosa no acaba acá, 

Resulta que desde hace tiempo el debate de la propiedad intelectual sobre las semillas certificadas viene rondando las mesas de diálogos entre campesinos, corporaciones regionales, federaciones, productores de semillas y productores de insumos agrícolas. La presión ejercida por Monsanto, Syngenta y DuPont es clarísima y se refleja en este documental (Documental 9.70 de Victoria Solano). Aunque en El Espectador se ha debatido acerca de la legitimidad de la información del documental (Editorial El Espectador) y (Salomón Kalmanovitz para El Espectador), yo creo que es intrascendente si la semilla era apta para el consumo humano o no o si los campesinos sabían que la podían almacenar o no. Para mi lo verdaderamente sorprendente de este documental es que demuestra que el estado colombiano sí puede encontrar semilla almacenada por unos campesinos (ignoremos la naturaleza de esta) pero no es capaz de rastrear el contrabando de alimentos que perjudica la economía campesina de manera drástica. Entonces ¿por qué tanta eficiencia para intervenir el mercado de semilla certificada? Pues es claro: no se muerde la mano que da de comer, y quienes están comprando esas tierras en el Vichada, al parecer, son quienes le están dando de comer, al menos a los que con tanta pompa y tanto engalane se dejan ver con (no mucha) frecuencia desde los recintos del poder en la capital.

Me da miedo pensar que no volveré a ver las montañas de Boyacá engalanadas con un mosaico de infinitos tonos de verde, cada uno correspondiente a una pequeña parcela de un campesino que con el trabajo de sol a sol, el trabajo "verraco" como dice Pachón alimenta a su familia y un país orgulloso de su herencia campesina. Me aterra pensar que en unos años veré un solo tono de verde, y una brillante maquina verde-amarilla cosechando la tierra que antes pertenecía a cientos de familias. Me paraliza imaginar lo que le espera a estas familias...

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