Claridad se escribe con "ce" de cuatro (y bueno, también de corrupción)


Hoy es un domingo lluvioso y frío en Sydney, así que aprovecho el tiempo para escribir, acompañado, claro, de una buena banda sonora, Calle 54* y un buen tinto. Aunque la costumbre es escribir sobre la comida en este blog, últimamente he estado llenando la pantalla con frases que apuntan hacia un cuadro más general, en el caso de la anterior entrada, el desarrollo, y esta vez, tratando de arrojar un poco de luz sobre el misterio de la violencia que azota hace tanto tiempo a Colombia. Parecería estar perdiendo el rumbo en cuanto a los objetivos principales del blog, pero el lector más atento comprenderá que hay una fuerte conexión entre tierra, comida, desarrollo y violencia; especialmente en Colombia. 

Este año me he encontrado con cuatro buenos libros**. Tres de ellos escritos por Colombianos y centrados en asuntos exclusivamente nacionales, el otro con una mirada más global pero con una que otra referencia a nuestro país, y algún trabajo de investigación realizado allá también. Como la intención de la entrada no es ni dañarles la lectura a los interesados en comenzar cualquiera de estas cuatro aventuras, ni hacer infinitamente aburridora la lectura de esta, voy a ser breve. 

En síntesis, los colombianos arrastramos un larguísimo conflicto, más sangriento y brutal que muchas de las dictaduras latinoamericanas, a pesar de enorgullecernos de ser la democracia más antigua del continente. Este conflicto, de complejidad altísima, no puede ser reducido a unas pretenciosas líneas (tampoco en el sentido figurado, no señor) pero sí nos podemos hacer una idea general de sus más evidentes causas, a partir de estas lecturas recomendadísimas: 

1. La fragilidad y plasticidad de sus instituciones. Para nadie es un secreto la facilidad con la que los poderosos (tanto políticos como no directamente) manipulan la justicia, la constitución, la cartera nacional, el sistema tributario, y la fuerza pública. Numerosos ejemplos se han visto en los últimos años de cada uno de estos casos particulares. Es claro que si las instituciones no garantizan la protección de los ciudadanos (en amplio sentido, no sólo policivo) los ciudadanos perderán la fe y el respeto hacia estas instituciones, y naturalmente, hacia El Estado. 

2. La privatización de la violencia. Es evidente que este apartado deriva del segundo, y quiero ser enfático en que El Estado es a la vez cómplice y víctima de su propio invento. Me explico: es tanta la impotencia institucional de El Estado que, con el fin de dar alguna clase de protección a sus ciudadanos, delega el monopolio de la violencia (monopolio que en teoría debería ser administrado exclusivamente por él) conviertiéndolo en un oligopolio de instituciones privadas. Aunque no estoy en desacuerdo con las privatizaciones en pro de eficiencia y disminución de la corrupción, debo confesar que esta privatización me parece abruptamente irresponsable. Bueno, sobra decirlo, seguimos viviendo las consecuencias de haber dado licencia para matar.

3. Las mafias del poder y las puertas giratorias. Tal vez exista un termino como monarco-cracia, y esto explicaría muy bien lo que quiero decir acá. Aunque en teoría cualquier colombiano podría ascender al poder, en nuestro país vemos que sólo unas cuantas familias tienen acceso a los cargos políticos más altos, y en algunos casos muy particulares pareciera que el poder se heredó en forma directa, de padre a hijo. Estas familias son también, en algunas oportunidades, dueñas de grandes industrias o tienen bajo su poder armas de convicción masivas. 

4. El narcotráfico y su poder arrollador. Este punto es a la vez el más evidente y el más complejo, a mi parecer. Acá nos encontramos con un hijo bastardo de los tres numerales de arriba. La poca credibilidad del estado, la inmoralísima actitud de muchos funcionarios públicos dispuestos a voltear la mirada (en el mejor de los casos) por un fajo de narcodólares y el afán por continuar en el poder permitieron que todas las estructuras del poder quedaran infiltradas. Pero ojo, el problema no es la cocaína  tampoco la coca o la amapola. Ese es el estigma fácil y el lugar común.

A mi parecer el problema es más profundo, más intrincado y más complejo. Tiene que ver con la percepción social. Para no ir más lejos, Norbert Elias lo pone en términos claros en un buen libro, The Civilizing Process. A pesar de ser un concepto mucho más complejo, me arriesgaré a sobre simplificarlo: los humanos tenemos la tendencia a poner estándares en función de lo que vemos a nuestro alrededor. Si todos mis vecinos tienen sus jardines impecables, y además los veo a todos, sin falta, cortando el pasto los domingos por la mañana, y abonando las flores después de almuerzo, no me arriesgaría a tener un matorral frente a mi casa ¿cierto? Al parecer en Colombia nos hemos acostumbrado, tal vez a las patadas, a que lo importante es tener la zarza más espinosa frente a la entrada.

Entonces, para terminar (por que parece que la lluvia va a parar un poco y quiero salir a tomar unas bocanadas de aire fresco) el panorama es alentador, a pesar de lo devastador que es el pasado. Si todos comenzamos a podar el jardín, a abonar la tierra, si de vez en cuando dejamos caer aquí y allá una semilla de algo que queremos comer más tarde y, por qué no, invitamos al vecino una vez cosechemos, para que él vea que sí paga el esfuerzo, podamos crear una Colombia nueva en el futuro. Ningún presidente nos va a cambiar el caminao si nosotros no aprendemos a caminar primero, y nos comprometemos a enseñarle al de al lado.






*Antes de seguir leyendo, por favor vaya al link de Calle 54. Es mucho más importante ver esta obra maestra que leer este blog. Gracias.

** 1. Gutierrez, Francisco. El orangután con sacoleva, cien años de democracia y represión en Colombia (1910,2010); 2. Robinson, James and Acemoğlu, Daron. Why Nations Fail; 3. Salazar, Alonso. Drogas y narcotráfico en Colombia. 4. Rueda, Maria Isabel. Casi toda la verdad, periodismo y poder

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